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4 versículos sobre el poder de Jesús para sanar toda enfermedad

Dios es más grande que cualquier enfermedad, esa es una de las certezas que tenemos sus hijos. No ha habido ni jamás habrá una enfermedad o pandemia que sea más poderosa que nuestro Dios. ¡No lo dudemos!

Uno de los nombres de Dios es YHWH-Rapha, el SEÑOR que sana. Nuestro Dios es Dios sanador. «Yo soy el Señor, que les devuelve la salud» leemos en Éxodo 15:26b. Por eso podemos tener toda confianza cuando acudimos ante él para llevarle nuestras peticiones de salud física, emocional o espiritual.

Cuando Jesús, Dios encarnado, ministraba a las multitudes que le seguían, las sanidades formaban parte esencial de su ministerio. Jesús sanó a muchas personas de una gran variedad de enfermedades, algo que vemos en estos 4 textos bíblicos que hablan sobre el poder sanador de Jesús.

1. Jesús ministró sanidad desde el principio

Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba.
(Mateo 4:23-24)

Cuando Jesús comenzó su ministerio público, él no solo se dedicó a enseñar y a anunciar las buenas nuevas del evangelio. Él también sanó todo tipo de enfermedad, dolor, condición física o espiritual. Su ministerio abarcaba tanto esparcir el evangelio como ministrar sanación a los enfermos. Esto lo hizo por toda la región de Galilea y su fama se extendió.

La gente se dio cuenta de que él tenía verdadero poder. Por eso llevaban ante él a las personas afligidas tanto por enfermedades físicas como por la necesidad de liberación espiritual (los endemoniados). Jesús demostró que tiene poder para sanar el cuerpo y para liberar al ser humano de la opresión del maligno.

Reflexión: ¿Hay algo que te aflige hoy? Llévalo en oración ante el Señor Dios, nuestro Salvador. Él siempre tiene algo bueno para ti.

2. Jesús, el Mesías prometido

En Jesús se cumplieron las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías. Estas anunciaban que el Mesías traería salvación y sanación. En una de ellas, Isaías profetizó sobre lo que sucedería con la llegada del Mesías:

Se abrirán entonces los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; saltará el cojo como un ciervo, y gritará de alegría la lengua del mudo. Porque aguas brotarán en el desierto, y torrentes en el sequedal.
(Isaías 35:5-6).

¡Y exactamente eso fue lo que sucedió durante el ministerio de Jesús!

Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
(Mateo 9:35)

 

Donde quiera que Jesús iba, él proclamaba el mensaje de salvación concediendo la sanidad del alma y sanando también a los enfermos sin importar su enfermedad. En ningún momento Jesús dijo «bueno, esa enfermedad está demasiado avanzada» o «eso es muy difícil». ¡No! Él no dejó que ningún tipo de dolencia, o la gravedad de esta, le intimidaran. ¡Jesús hasta resucitó muertos! (ver por ejemplo, Lucas 7:11-17 y Mateo 9:18-26). ¿Has visto una enfermedad peor que la muerte?

Reflexión: Lleva tus peticiones ante el Señor. No te dejes intimidar por su grandeza o dificultad. Recuerda que sirves al Dios Todopoderoso. Él siempre tiene algo que desea darnos o hacer en medio de cada situación.

3. Las sanidades de Jesús glorificaban a Dios

Jesús no sanaba por sanar o porque anhelaba la fama y el reconocimiento. ¡Cuando Jesús sanaba, la gente alababa a Dios! Vemos que él realizó todo tipo de sanaciones: cojos, ciegos, paralíticos, mudos... hubo bastantes ocasiones en las que él sanó a todos los que vinieron enfermos ante su presencia. Pero él siempre se aseguró de que la gloria fuera para Dios Padre.

Salió Jesús de allí y llegó a orillas del mar de Galilea. Luego subió a la montaña y se sentó. Se le acercaron grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más, y los pusieron a sus pies; y él los sanó. La gente se asombraba al ver a los mudos hablar, a los lisiados recobrar la salud, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel.
(Mateo 15:29-31)

 

Las multitudes que seguían a Jesús no eran «cristianas» o seguidoras comprometidas con él. Eran todo tipo de personas que vivían en los pueblos. Ellos habían escuchado sobre Jesús y los milagros que él hacía y corrían hacia él. Seguro que algunos ya creían que Jesús era especial y deseaban escuchar sus enseñanzas, pero en su mayoría serían paganos. Sin embargo, luego de ver el poder sanador de Jesús en acción, «alababan al Dios de Israel».

Reflexión: Da siempre la gloria a Dios por su obrar en tu vida y en tus situaciones. Que tus ojos estén siempre fijos en Dios, en su amor y en su compañía. Fortalece tu fe recordando todo lo que él ya ha hecho por ti.

4. El poder fluye cuando nos acercamos a Jesús

La Biblia menciona algunas personas que fueron sanadas con solo tocar el borde del manto de Jesús. ¿Era un manto milagroso? ¡No! El poder milagroso fluía de Jesús y alcanzaba a las personas que se acercaban a él y tocaban su manto buscando la renovación (o la concesión) de salud.

Después de cruzar el lago, desembarcaron en Genesaret. Los habitantes de aquel lugar reconocieron a Jesús y divulgaron la noticia por todos los alrededores. Le llevaban todos los enfermos, suplicándole que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.
(Mateo 14:34-36)

Lo interesante es que Jesús permitía que se acercaran a él. Él no obligaba a la gente a mantener la distancia. ¡Todo lo contrario! Los dejaba acercarse y los sanaba. ¡Aprendamos de ellos! Acerquémonos a Jesús con nuestras peticiones, llevemos nuestras enfermedades y dolencias ante él. Él tiene sus brazos abiertos, está dispuesto a recibirnos y a obrar en nosotros.

 

Reflexión: Busca la presencia del Señor y recibe todo aquello que él quiera darte. Recuerda que su presencia es más que suficiente para renovar tus fuerzas. ¡Deléitate en él!

La misión de la Iglesia hoy

Después de que Jesús resucitó, y antes de subir al cielo, él comisionó a sus discípulos y les dijo lo que esperaba que hicieran. Ellos debían llevar su evangelio, sus buenas nuevas, por toda la tierra. Junto con ese mandato él les dio una seguridad: ellos irían llenos de poder y llevarían a cabo grandes señales en su nombre.

Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y, cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos recobrarán la salud.
(Marcos 16:17-18)

Una de esas señales era la de poner las manos sobre los enfermos y ver cómo ellos recobraban la salud. Como Iglesia de Cristo somos llamados a orar por los enfermos y a esperar que, conforme a su divina voluntad, Dios actúe.

¿Sana Dios siempre?

No, Dios no sana siempre. Él sabe por qué sana o por qué no lo hace. Él es soberano y sabe lo que es mejor en cada situación. No nos corresponde a nosotros entender la mente de Dios o sus acciones. Pero podemos confiar que en todo, él tiene un plan para el ser humano y un gran anhelo: que recibamos su amor y su salvación.

Por eso él escoge irrumpir en nuestras vidas de maneras diferentes. A veces traerá sanidad física y otras veces nos consolará con su paz y nos hará sentir su abrazo de una forma especial. Pero en medio de cualquier circunstancia podemos confiar en que él nunca nos dejará solos. No olvidemos nunca que la sanidad total la recibiremos en el cielo, cuando estemos disfrutando del cielo nuevo y la nueva tierra. Apocalipsis 21:4 dice:

Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.

Asegúrate de que tienes a Jesús como Señor y Salvador tuyo. Es por medio de él que tendrás acceso a la sanidad más importante, la que concede el perdón de los pecados y la vida eterna.

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